Borracha en la parte trasera del coche. Cansada de esperar a Romeo en el balcón. Tratando de dar con su antiguo yo después de una ruptura. Implorando a su ex que no la vuelva a llamar: nunca volverán a estar juntos. Enfrentada a quienes juran que tiene demasiadas citas. Reconciliándose con el hecho de ser una antiheroína. De ser la novia de América a la más vil de las serpientes, Taylor Swift recorrió este jueves todas sus encarnaciones en el inicio de la etapa europea de The Eras Tour, la gira más lucrativa de la historia, con un concierto eufórico en París, el primero de los cuatro que dará en la capital francesa. La gira, con un total de 50 conciertos en el continente, seguirá por otros países europeos, como Italia, Portugal, Alemania, Reino Unido, Suecia, Polonia o Austria, y pasará por el Santiago Bernabéu de Madrid los días 29 y 30 de mayo.
En el público, una armada de 40.000 espectadores con aplastante mayoría de mujeres jóvenes, abundaban las prendas en tonos pastel, conjuntos y accesorios de brilli-brilli, vestidos de graduación reciclados y pulseras de la amistad con los títulos de sus canciones. “¿De qué era has venido?”, se preguntaban unas a otras. Si vestían de malva, su disco era Speak Now, de la etapa country-pop. Si habían elegido el rosa, era Lover, colorista y agridulce. Si preferían el negro, se trataba de Reputation, su álbum de chica mala. Y si lucían lentejuelas en sus conjuntos o accesorios (o, en el peor de los casos, en todas partes), del reciente Midnights. Cantaban sus temas como si fueran himnos religiosos, sin errar en un solo verso, al lado del público menos fundamentalista que apenas se sabía un par de estribillos. Formaban parte de ese segundo grupo quienes habían acudido a la Arena de La Défense, el barrio de negocios a las puertas de París —Marc Augé los llamó no lugares— igual que otros iban a ver a Michael Jackson en su tiempo: por la fascinación que suele despertar lo multitudinario.
El primero de sus conciertos en “la ciudad más romántica del mundo”, como dijo la cantante estadounidense de 34 años, dejó claro que, en este largo tramo europeo, habrá cosas que cambiarán y otras que seguirán igual. Se mantiene inalterable el concepto: un viaje musical, etapa por etapa, por todos sus discos (a excepción del primero, firmado cuando tenía 18 años y rústico en el peor sentido de la palabra: Swift nos invita a abrazar todas nuestras identidades previas, excepto la del mullet y los pantalones pirata). Tampoco cambia la duración —46 canciones a lo largo de tres horas y media—, pero sí parte del repertorio, el vestuario, la escenografía y la coreografía, a cargo de Mandy Moore, que antes hizo la de La La Land.
En este espectáculo que funciona como un reloj, bien engrasado después de 83 conciertos en todo el mundo (al final de la gira, serán 152), los reajustes están pensados para hacer hueco a su último disco, The Tortured Poets Department, publicado a finales de abril. Hasta ocho canciones del álbum, acogido con tibieza por la crítica, sonaron en París, del sencillo Fortnight a But Daddy I Love Him, Down Bad o Who’s Afraid of Little Old Me, además de loml, escogida como una de las dos canciones acústicas que Swift propone por sorpresa cada noche (la otra fue Paris, pasable bonus track que nunca había tocado en directo).
Si unas entran, otras tienen que salir: Swift borró del concierto The Archer, The Last Great American Dynasty, The 1, ‘Tis the Damn Season, Tolerate It, Mirrorball y Long Live. La mayoría pertenecen a sus dos discos folk grabados durante el confinamiento, Folklore y Evermore, que Swift ha fusionado en un solo capítulo. “Siempre dije que eran como hermanas”, se justificó en el escenario. Los segmentos dedicados a sus discos más exitosos, como Red o 1989, no sufren grandes alteraciones. Y Midnights, un trabajo que ha ido creciendo con el tiempo, sigue sirviendo de fin de fiesta.
Las entradas para ver a Swift en Europa cuestan, de media, un 87% menos que en Estados Unidos. Una quinta parte de los espectadores del concierto en París procedían de ese país, según la organización
Nadie pidió matrimonio a nadie, como sí sucede en sus conciertos en Estados Unidos, pese a que entre el público abundara el acento americano. En esta tournée europea, las entradas para ver a Swift cuestan, de media, un 87% menos que en los nueve conciertos que dará este otoño en su país, según datos de Billboard. Sale más barato pagarse un avión para cruzar el océano que quedarse a verla en Indianápolis: una quinta parte de los 40.000 espectadores reunidos anoche en París procedían de EE UU, según la organización.
¿Qué fue lo mejor? Sin duda, el arranque con Miss Americana & the Heartbreak Prince, que pudo escribir Sylvia Plath si hubiera sido capitana de las animadoras, seguida de la mágica Cruel Summer, su éxito sorpresa de hace dos veranos. La eficacia a prueba de bomba de su viejo You Belong With Me, piedra angular de la retórica swiftiana, tan hábil que logra hacernos creer que Swift es una perdedora redomada pese a ser blanca, guapa y millonaria (en 2023, su fortuna superó los 1.000 millones de dólares). La coreografía de I Can Do It with a Broken Heart, sacada de su nuevo disco —rebautizado por Swift desde el escenario como Rabia femenina: el musical—, que remitía a los tiempos del Hollywood dorado. Y Vigilante Shit, con su burlesque tirando a casto —el universo de Swift siempre tiende a lo asexuado— y sus medias de licra reflectantes que permitían reflexionar, desde el patio de butacas, sobre uno de los grandes debates de nuestra civilización: ¿qué distingue a lo kitsch de lo camp?
Swift, cruce de amazona y princesa Disney, va rodeada de un batallón de músicos veteranos y de una docena de bailarines racializados y body-positive, que la miran con la devoción que merece alguien que reparte primas millonarias en sus giras —en 2023 repartió 50 millones de euros a su equipo técnico—, pero nunca está mejor que cuando está sola en el escenario, diminuta y vulnerable en un estadio inmenso, convertido en metonimia de la sociedad. Lo demuestran los 10 minutos que dura All Too Well, de una intensidad emocional inigualable. La interpretación de Swift es tan convincente que, hacia el final, parece que espere a que Jake Gyllenhaal aparezca por la puerta por sorpresa para pedirle perdón. Hubo un atisbo de lágrima, o eso nos pareció de lejos, en los tres minutos de ovación que levantó Champagne Problems, coescrita con otro ex, Joe Aldwyn.
Contra lo que apuntaban los rumores, no se habló de política. La vicepresidenta de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, había pedido a Swift, con 550 millones de seguidores en sus redes sociales, que incitara a votar en las europeas, igual que hizo con éxito en las pasadas presidenciales en EE UU. “Taylor Swift estará en París el 9 de mayo, día de Europa, para dar un concierto, así que espero que haga lo mismo con los jóvenes europeos”, solicitó sin éxito. Aun así, el llamado efecto Swift, famoso por reflotar la economía de las ciudades por las que pasa su gira, se empieza a notar en el continente. Según el portal Expedia, las búsquedas de hoteles en Liverpool ha aumentado un 630% para la fecha de su concierto. En Dublín, un 185%. Y en Lyon, un 54%. En consecuencia, los precios de la noche de hotel están disparados. También se ha registrado un récord de interés por la ciudad alemana de Gelsenkirchen, enclave poco turístico en el valle industrial del Ruhr, donde la cantante dará tres conciertos en julio. Tal vez solo una especialista en el desamor como Swift sea capaz de salvar a la Unión Europea.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_