Una niña iraní mira al frente, con los brazos cruzados. Lleva el velo, y cierta firmeza en los ojos. Apenas dos viñetas después, se ven hombres y mujeres exaltados, protestando con el puño levantado: arranca la Revolución Islámica. Aquellos dibujos, que dieron comienzo en el año 2000 a Persépolis (Reservoir Books), cambiaron la historia de esa chiquilla, de la novela gráfica y, tal vez, incluso de Irán. Tanto que durante años a Marjane Satrapi (Rasth, 54 años) le siguieron reclamando que retratara aquella joven, a lo que ella respondía una y otra vez: “Ha crecido”. Se ha hecho mujer. Leyenda del tebeo. Cineasta. Franco-iraniana. Fiera opositora del régimen de su país. Y, ahora, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, como anunció este martes la fundación que entrega los galardones. El último distinguido había sido el pensador italiano Nuccio Ordine, que falleció antes de poder recoger el premio en la ceremonia anual en Oviedo.
La autora fue conocida internacionalmente por la novela gráfica Persépolis, que luego fue adaptada como largometraje de animación en 2007 con la misma Satrapi como directora, junto con Vincent Paronnaud, y que ganó el Premio del Jurado del festival de Cannes. En Persépolis, obra autobiográfica a base de viñetas en blanco y negro, la autora narra su infancia en Teherán durante la Revolución Islámica que, en 1979, derrocó al Sha de Persia y aupó al poder al ayatolá Jomeini, hasta el inicio de su vida adulta con su llegada a Europa.
Entre las otras obras de Satrapi se encuentra Bordados (Norma, 2003) que narra la vida de las mujeres iraníes (nominado para el premio al mejor álbum en el Festival del Cómic de Angulema de 2004), y posteriormente, Pollo con ciruelas (Norma, 2004), que ganó precisamente ese premio. En esta obra se narran los últimos ocho días de vida de un pariente de Satrapi llamado Nasser Ali, un conocido intérprete de tar, el laúd tradicional iraní. Entre sus películas se encuentra Las voces (2014), mezcla de terror y comedia sobre un hombre que sufre esquizofrenia y trata de ocultar sus alucinaciones, o Radioactive (2020) centrada en la vida de la científica estudiosa de la radioactividad Marie Curie y basada en una novela gráfica de Lauren Redniss.
El premio reconoce muchas cosas a la vez. Es decir, justo lo que suponen las obras de Satrapi. Ante todo, el talento de una narradora capaz de aprender y dominar nuevos formatos. Apenas tenía experiencia, además de llevar poco tiempo en la Escuela de Artes Decorativas de Estrasburgo, cuando construyó su obra maestra, un hito en la historia del tebeo “solo comparable al Maus de Art Spiegelman”, según su editorial española, Reservoir Books. Ni tampoco sabía mucho de cine cuando se dejó convencer para adaptar Persépolis a la pantalla. Recibió la primera nominación de una creadora por el mejor filme de animación en la historia de los Oscar. Pero el Princesa de Asturias también encumbra la valentía de una voz siempre dispuesta a gritar por la justicia y contra el poder opresor, en sus declaraciones y entrevistas, como en su arte.
Tanto que, hace poco, regresó al cómic por primera vez en años para coordinar Mujer. Vida. Libertad, antología donde ha reunido a estrellas como Paco Roca y Joan Sfarr –una especie de “brigada internacional” del cómic, en su definición- con autoras iraníes como ella misma o Shabnam Adiban, para apoyar las protestas que remueven a su país y denunciar la represión que sufren los ciudadanos. Todo desde la muerte, el 16 de septiembre de 2022, de Mahsa Amini, una chica de 22 años detenida por la policía de la moral por no llevar bien el velo obligatorio para las mujeres en Irán. Satrapi ha insistido varias veces en que solo hay una palabra que explicar lo que hierve en su país. Ni “revuelta” ni “movimiento”, sino “la primera revolución feminista del mundo”.
Igual de clara se mostró para calificar al otro bando. “Este régimen no ama Irán. No se visten como los iraníes ni hablan como los iraníes. Irán, a ellos, se la suda”, contaba en noviembre a EL PAÍS. “Son una minoría y no representan ni el 15%, y entre ellos están los locos de la religión, pero también una gran parte de personas con intereses económicos”, agregaba. Resulta evidente, por lo tanto, su elección en otro debate complejo: hay artistas iraníes que se han plantado contra el Gobierno y han pagado un precio por ello, como el director Jafar Panahi, condenado a seis años de cárcel por propaganda contra el régimen. A otros, como el cineasta Asghar Farhadi, se les acusó durante años de ponerse de perfil. Satrapi pertenece al primer bando desde hace décadas. De alguna forma, con Persépolis, hasta enseñó el camino.
“Vendí millones y no sé cuántos centenares de conferencias di. ¿Cambié algo? Qué sé yo. ¿Desperté la curiosidad de la gente? Sí. Contribuí un poquito. Solo un poquito, aunque solo así se cambia el mundo”, reflexionaba en noviembre. Porque, a la vez, Persépolis contenía otras claves fundamentales para Satrapi: la macrohistoria, de represión, cárcel y muertes, junto con la vida cotidiana y la perspectiva de una adolescente que ansia tanto la libertad como un caset de Kim Wilde en el mercado negro. Un retrato realista del país y sus gentes, lejos de los encuadres de “colinas y burros” o la imagen de una nación “atrapada en épocas oscuras” que los festivales occidentales buscan en el arte iraní, como lamentó hace un mes a The Guardian.
La familia de Satrapi, acomodada y progresista, simpatizaba en principio con la Revolución plural que se orquestaba contra el Sha, pero cuando esta fue dominada por los sectores islamistas derivó en un régimen teocrático que coartó las libertades individuales, impuso el velo, reprimió a la oposición y se embarcó en una guerra con Irak en 1980, siempre bajo la vigilancia de los Guardianes de la Revolución. En 1984, cuando Satrapi tenía 14 años, sus padres la enviaron a Europa para que completase una educación laica en un país sin represión. Comenzó en el liceo francés de Viena, tras completar sus estudios allí empezó a estudiar Bellas Artes en Irán, pero no tardaría en marcharse a Francia. Desde entonces reside en París.
47 candidaturas de 15 nacionalidades optaban al Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, segundo de los ocho galardones internacionales que convoca anualmente la Fundación Princesa de Asturias y que este año alcanzan su XLIV edición. El primer premio otorgado para esta edición fue el de las Artes, que recayó en la figura del músico catalán Joan Manuel Serrat. El jurado de Comunicación y Humanidades, presidido por el filólogo Víctor García de la Concha, contaba con nombres como la filósofa Adela Cortina, la crítica de arte Adela Cortina, el director del Museo del Prado Miguel Falomir, la académica Taciana Fisac, la escritora Carme Riera o los periodistas Alma Guillermoprieto, Luis María Ansón, Rosa María Calaf, Álex Grijelmo o Gabriela Cañas.
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