«Estamos hechos a cachitos de tele«, dice Lalachus a David Broncano mientras sostiene una estampilla de la vaquilla de El Grand Prix. Su imaginario televisivo trasciende esta noche. De Fuenlabrada ha llegado a lo más alto del balcón de la Puerta del Sol en una emisión que sigue reuniéndonos a todos frente al televisor. «Hacemos por una vez algo a la vez«, que cantaba Mecano. Aunque viendo la pantalla siempre surja la discrepancia. «Yo soy de Pedroche», «yo soy de Broncano», «yo soy de Lalachus», «a mí me gustaba más como lo hacía de Anne», «donde esté Ramón García, estos no se aclaran».
Pero, en realidad, el mayor invento de la televisión es el zapping que nos permite ser de todos. Compartir emociones descubriéndonos desde la diferencia. Cuando la tele se atreve a la diferencia, claro. Y, esta noche, TVE se ha atrevido a no tener miedo a las brechas generacionales y dejar a Broncano y Lalachus ejercer su propio gag durante las campanadas. Una emisión rupturista que recuerda a la primera de Martes y 13, en ese mismo balcón y donde la solemnidad de la oficialidad del cambio de año desde TVE se transformó en una oda la travesura que todos llevamos dentro.
Así Lalachus y Broncano han roto por primera vez en TVE la cuarta pared del balcón frente al reloj de la Comunidad de Madrid. Han enseñado las cámaras. Han enseñado el lío de la trastienda. Incluso han traspasando el límite de grabar a Pedroche y Alberto Chicote que este año se estrenaban en una azotea demasiado vecina a la de Televisión Española. Han aprovechado tal circunstancia, como si fuera una coincidencia.
De repente, en una sociedad en la que se tensa la polarización que nos obliga a elegir entre unos u otros como vía de marketing hemos visto a unos sonrientes Pedroche y Chicote saludando a Broncano y Lalachus en un plano perfecto del equipo técnico de RTVE. Llámenme naif, pero ha sido un momento bonito en una emisión que empezaba creando una estampa para la posteridad con Broncano sobre el tejado del mítico cartel luminoso de Tío Pepe. A lo película de Álex de la Iglesia.
El guion ha sabido comenzar con el suspense de una imagen memorable para luego ir a una retransmisión que ha sido como colarse en un encuentro entre amigos que parecen tener claro que la tensión de estar trabajando para audiencias millonarias no les va a impedir disfrutarlo a su manera. Hasta haciendo virtud de su debilidad. No obstante, por momentos, han evidenciado una inseguridad que a más de uno le ha dado la sensación de que no se iba a comer tranquilamente las uvas. Y en eso en España somos muy puntillosos.
Broncano no es un presentador de los que mira a cámara con tranquilidad. Broncano es cómico, no es presentador. De hecho, en el momento del recuerdo a las víctimas de Valencia ha estado más transparente que nunca. Porque siempre se cobija en el entorno del despiste. Como hacía Carmen Sevilla. De hecho, esta noche se ha cambiado las zapatillas en directo. Como ya hizo Carmen Sevilla. Ella lo hizo todo antes.
Esa espontaneidad la han jugado hasta el final. Incluso autopreguntándose si todo ha salido bien. Lo bueno de la tele es que siempre depende de quién opine. Para algunos habrá salido mejor, para otros habrá sido horrible. Lo que nos gusta una controversia. Sin embargo, lo que está claro es que Broncano y Lala representan a unas jóvenes generaciones que celebran la vida desde la naturalidad. O eso parece. O eso intentan. Y se nota que han visto mucha televisión. «Estamos hechos de cachitos de tele», reivindica Lala que ha llevado el timón de la emisión desde el amor desprejuiciado a la tele. Aunque, para ser más precisos, en realidad es al revés: la tele es cachitos de lo que somos en cada momento. La tele nos retrata cómo somos. En Nochevieja, también. Queda inaugurado 2025. Feliz y sereno año para todos.