Helado Negro: “Para sentir alegría hay que tener tristeza: existen al mismo tiempo”
Roberto Lange (Miami, 1980), más conocido por su nombre artístico, Helado Negro, aparece puntual con su melena ensortijada. Viste una camiseta negra que homenajea a la cantante de jazz y viuda de John Coltrane, Alice. Su deseo constante de encerrarse a investigar y hacer música le lleva a acostarse tarde y levantarse temprano, así que, entre sorbos que da al batido de desayuno que su mujer le ha dejado en la mesa, se le escapa algún bostezo. Sonríe risueño. Su voz es suave, su tempo no tiene prisa. Es fácil relajarse a su lado. Todo está bien. El pasado mes de febrero lanzó su noveno álbum, Phasor. Electrónica psicodélica entre susurros, una mezcla de voces como retazos de vidas que se entrecruzan. Pura exploración sensorial e instrumental. Con este disco dio ocho conciertos en España el año pasado y dice que está deseando volver, que está a la espera de propuestas. Tras tocar en Nueva York, ahora sigue su gira por Estados Unidos. Los próximos conciertos serán en Marga y en El Paso, el 25 y 26 de octubre, respectivamente.
Pregunta. Hábleme de esa colaboración con pablopablo (Pablo Drexler, hijo de Jorge Drexler).
Respuesta. Nos conocimos el año pasado en el festival Pitchfork de París. Pablopablo abría el concierto y luego tocaba yo. Me encantó su estilo, había una onda chévere y conectamos bien. Vino a verme tocar a Londres y quedamos en encontrarnos en Los Ángeles donde estábamos los dos grabando. En cuanto fuimos al estudio surgió la magia. Buscábamos algo, él en la batería, yo en el piano. Normalmente en las primeras colaboraciones demora que salga algo, es como una conversación, pero la cosa se calentó inmediatamente y en seis o siete horas ya teníamos la canción: Lejos de más.
P. Aún está promocionando Phasor, pero ¿ya tiene alguna idea de cómo será su próximo disco?
R. Estoy dándome la libertad de pensar mucho, de escuchar mucho, de investigar. Me gustaría poder compartir poco a poco con la gente la historia de cada canción, que se entienda de dónde viene, qué significa. Habrá más colaboraciones con otros artistas, por ejemplo, ahora estoy componiendo junto a Reina Tropical.
P. Durante muchos años vivió en Brooklyn, pero en el 2021 se mudó a Asheville, Carolina del Norte.
R. Era el momento. Extraño mucho Nueva York y me costó mucho irme de allí, pero era necesario. He vivido en Miami, en Savannah, en Atlanta… En Brooklyn llevaba ya 16 años. Me mudé a Asheville porque me encanta la naturaleza. La naturaleza aquí es realmente increíble. Me encanta salir a caminar. Además, hay mucha onda cultural, mucha música y mucho músico. También muchos artesanos. Es la ciudad más hippie del sur.
P. Estudió animación, y durante años se dedicó a hacer audio para películas. ¿En qué momento decidió dedicarse completamente a su música?
R. Yo nunca creí que pudiera llegar a vivir de la música, pero a partir del 2018 empecé a dejar mis trabajos freelance y a centrarme en hacer música todo el tiempo. Fue difícil, al principio creí que sería imposible mantenerme, pero poco a poco lo conseguí. El gran empujón fue en el 2019, cuando recibí dos subvenciones inesperadas casi a la vez: la de United States Artists de Chicago (alguien anónimo me nominó) y la de la Fundación de Arte Contemporáneo de Nueva York. Eso me animó a seguir y a confiar en lo que estaba haciendo.
P. Una experiencia vital que le haya influido musicalmente y a la hora de vivir.
R. De los 8 a los 19 años iba con mi familia todos los veranos y navidades a Ecuador. Me quedaba casi cuatro meses al año en un pueblo que se llama Salinas. Eran los años 80 y me produjo un choque cultural enorme el contraste del estilo de vida de Miami con el de aquel pueblo. Desde entonces tengo muy presente que la gente vive de forma completamente diferente. Pienso mucho en eso, en las diferencias.
P. Uno de sus singles, LFO (Lupe Finds Oliveros), habla de la historia de Lupe López que construía amplificadores en los 50 y la compositora norteamericana Pauline Oliveros, conocida por el deep listening, basada en la electrónica improvisada, el ritual y la meditación. ¿Considera que su música forma parte de esa corriente?
R. Oliveros desarrolló la práctica del deep listening (la escucha profunda) como una práctica musical pero también una manera de vivir y eso hice yo cuando compuse la canción: escuchar los sonidos de mi vida, entender qué es lo que está ahí, escuchar lo que sentía dentro y fuera de mi cabeza. Cuando descubrí a Oliveros me di cuenta de que yo llevaba toda mi vida haciendo deep listening sin tener conciencia de ello. Es muy bonito sentir esas conexiones increíbles con otros artistas.
P. El otro día posteó en redes sociales Sorrow and joy holding hands in my brain (El dolor y la alegría de la mano en mi mente). ¿Es algo que se refleja en su música?
R. Rush Guy explica muy bien que para sentir alegría hay que tener tristeza: existen al mismo tiempo. Es como la palabra saudade, en portugués. Me encanta ese concepto.
P. Su música tiene una calidad etérea, es como adentrarse en un sueño. Hábleme de los estados alterados de conciencia.
R. Para mí escuchar música es ya un momento psicodélico porque altera el cerebro, no es necesario añadir ninguna sustancia adicional. La música es suficiente, te altera el cuerpo y el cerebro. Empiezas a llorar o cantar o a bailar.
P. ¿Qué sensación le produce pensar en el cosmos?
R. Me encanta la idea de que todo regrese a la naturaleza, no creo que haya vida consciente después de la muerte. Nuestras moléculas se irán a los árboles y a otros seres y al cielo. No creo que haya reencarnación, pero de momento no me asusta para nada.
P. ¿Hay diferencia entre el Roberto que se sube al escenario y el que está en su casa componiendo?
R. Soy una persona completamente diferente. Estar en el escenario es mi momento de catarsis: siento que puedo sacar todo lo que hay dentro de mí de una forma en que me siento completamente liberado. Pero no es un estado sostenible, no se puede estar todo el día así.
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