“Al principio no me gustaba que me copiaran”: Yoshitomo Nara, el pintor más imitado del mundo | Creadores | ICON Design
Como muchos que fueron niños retraídos, el artista Yoshitomo Nara (Hirosaki, Japón, 64 años) es un adulto más bien desenfadado. Su aspecto es el opuesto exacto al de los infantes severos, iracundos o tristes de sus obras: cubre su cabello gris con una gorra deportiva y viste sudadera de color amarillo eléctrico con el logo de una escuela de surf del pueblo de Mundaka (Vizcaya). “Acabo de comprármela aquí mismo”, informa. Estamos en la sala del museo Guggenheim de Bilbao que acoge hasta el 3 de noviembre su primera gran exposición individual en España. La muestra viajará después al Museum Frieder Burda de Baden-Baden y a la Hayward Gallery de Londres. “Estoy muy, muy contento”, enfatiza. “Hasta ahora me habían organizado exposiciones importantes en varios países, pero en Europa es la primera vez. y además ocurre en un sitio tan insigne como este. Creo que casi todo el mundo ha visto mis obras en libros o en vídeos, pero me encantaría que vinieran a disfrutar de ellas en vivo”.
Nara es uno de los creadores contemporáneos mejor valorados por el mercado, y probablemente el más copiado de todos. O al menos al que se copia con más descaro. Varios artistas internacionales han basado su carrera en imitar sus niños de grandes ojos en un estilo cercano al manga, por lo general desde perspectivas más complacientes. Cuando el periodista desliza esta observación, Nara le tiende la mano, entusiasmado, para proponer un apretón. “Reconozco que al principio no me agradaba que me copiaran”, dice. “Pero llegué a la conclusión de que, igual que existe el impresionismo, y en su día había mucha gente imitándolo sin entender su esencia, hoy también existe el naraísmo. Así que sí, hay quien ha recibido mi influencia, sin tener realmente mi estilo”. Lo que distingue sus pinturas y dibujos de los de sus muchos plagiarios es la complejidad psicológica que se agazapa tras la imagen aparentemente infantil. Un subtexto presente pero oculto, como el cuchillo que esconde detrás de su espalda la niña de Knife Behind Back, que en 2019 marcó su récord personal de mercado al venderse en subasta por 25 millones de euros.
La exposición de Bilbao, patrocinada por la Fundación BBVA, refleja esta esencia con fidelidad, así que es un buen modo de aproximarse al universo de Nara. Algo abigarrada, se divide en ejes temáticos, y presenta motivos universales como la angustia ante la muerte (Demasiado joven para morir, 2001), la soledad melancólica (Lágrimas de medianoche, 2023) o la casa y el espacio de trabajo como refugio y confinamiento (la instalación Mi sala de dibujo, 2008, dormitorio incluido, 2008). Una de sus pinturas más representativas es la niña con la cabeza vendada de El charco más profundo II, de 1995, que parece estar hundiéndose sin remedio en unas aguas turbias mientras dirige al espectador su mirada desafiante. No resulta difícil identificarse con esa niña desde la edad adulta.
Nara no es capaz de identificar fórmulas para su éxito. “Hay en mi obra elementos alegres y tristes, así que mi logro quizá venga de ser capaz de integrar ambas cosas”, reflexiona. “Lo que resulta curioso es que ante mis trabajos hay quienes no captan nada, otros que sí captan algo, y luego están los que incluso captan mucho más que yo mismo”.
Cuando se habla de su biografía, suele destacarse su infancia solitaria, encerrado en su habitación escuchando a Bob Dylan, leyendo cuentos europeos y cómics y absorbiendo imágenes televisivas. Pero él resta importancia a todo esto: “Francamente, si he recibido esas influencias será igual que cualquier niño normal y corriente. Mucha gente explica mi obra a través de todo ello, pero a mí no me gusta, porque lo que yo quiero expresar es otra cosa. Algo que está dentro de mi corazón”. No considera que se haya quedado colgado de su infancia, pero admira la desacomplejada capacidad creativa de los niños. “Eso es algo que se va perdiendo al pasar a la edad adulta”, indica. “Cuando un niño pequeño canta, lo hace con toda su fuerza, y a pesar de su imperfección es algo muy bello. Solo cuando se da cuenta de que no entona del todo bien se avergüenza y deja de cantar. Pienso que, si yo pudiera volver a aquel estado, llegaría más lejos con mi trabajo”.
Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, Nara cursó parte de sus estudios en Alemania, primero en Düsseldorf –donde fue alumno del prestigioso pintor neoexpresionista A. R. Penck– y luego en Colonia. Pero allí encontró algo más que arte. “Me influyeron mucho más los jóvenes que protestaban por la Guerra del Golfo o por las injusticias sociales”, recuerda. “Fui a Alemania a estudiar arte, pero lo que aprendí fue a vivir la vida, gracias a los jóvenes alemanes”.
Ya convertido en un artista de prestigio, el trauma del terremoto y tsunami de Japón en 2011 hizo que perdiera temporalmente la capacidad creativa: “Aquello ocurrió entre la casa de mis padres, donde pasé mi infancia, y la casa donde ahora vivo. Toda la zona quedó devastada. Y mi corazón se quedó completamente vacío”. Logró superar aquella crisis gracias a una residencia artística en Aichi, la misma universidad donde había estudiado más de dos décadas atrás. “Me di cuenta de que allí estaban el mismo edificio, las mismas calles y los mismos árboles, quizá un poco más crecidos. Y yo tenía el mismo anhelo, el mismo sentimiento de aprecio por el arte. Empecé a crear obras gigantescas en arcilla, como aceptando un desafío de lucha libre. Estoy muy agradecido a mis compañeros, los jóvenes estudiantes, porque ellos me ayudaron a recuperarme”.
Que su compatriota Takashi Murakami lo incluyera en una exposición en torno al concepto Superflat (“superplano”) quizá sirvió para alentar el malentendido de su supuesta superficialidad. Solo hay una cosa que lamenta, y es que su obra pueda reducirse al ámbito de lo pueril o banal cuando, muy al contrario, explora las angustias, los miedos y las esperanzas de una psicología llena de recovecos. “Al ver que la gente entiende solo lo superficial de mi obra me entra mucha tristeza”, admite. “Por otra parte, en mi mundo no solo hay arte. También hay música, literatura. Y, en fin, muchas otras cosas”.
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